El llamado 'azul maya', un pigmento fabricado en el siglo IX por mayas y aztecas, es un ejemplo del uso de la nanotecnología por las culturas antiguas. Este compuesto lo forman partículas híbridas de material orgánico (el índigo, derivado de las hojas de añil) e inorgánico (un filosilicato contenido en algunas arcillas). Aunque los colorantes orgánicos suelen ser muy poco resistentes y se degradan fácilmente, en el caso de nuestros ancestros el componente inorgánico le otorga una alta resistencia.
Pero no fueron los únicos, señala la investigadora en nanociencia y nanotecnología del Instituto de Microelectrónica de Madrid, Mónica Luna. Los romanos, en el siglo IV a.C., ya elaboraban vasijas en que escenas mitológicas, representadas en tonos verdes y opacos (en la copa de Lycurgus) al ser iluminadas desde su interior adquieren tonos rojos y traslúcidos, debido a las nanopartículas de oro y plata con que estaban elaboradas.
En la Edad Media, los diferentes tonos de las ventanas de las catedrales se obtenían calentando y enfriando el vidrio, sin saber los artesanos de aquellos tiempos que lo que hacían era cambiar el tamaño de los cristales a nivel nanométrico y por tanto su color.
En una colaboración para el diario ElMundo.es, la científica indica que los célebres ceramistas de Manises (Valencia, España), importaron una fórmula de los musulmanes andaluces con la que conseguían el brillo metálico de sus piezas y que incluía nanopartículas de plata y cobre.
El acero de Damasco, con el que desde la Edad Media se han forjado las espadas de mayor reputación: duras, resistentes y capaces de cortar, con su afiladísima hoja, un pelo en caída libre, contiene nanotubos de carbono producidos por los métodos de forja empleados.
El diminuto universo que no es nuevo, el de la escala nanométrica, del que ahora contamos con las herramientas para observarlo, también ofrece increibles imágenes. Ve este video:
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